domingo, 1 de marzo de 2015

OTOÑO



  Cuando la castaña madura el pensamiento florece,
al igual que el árbol del castaño, 
nuestro cerebro se renueva en pensamientos. 

  El otoño, época de ojas caídas y cambios; 
ofrece a la creatividad el aliciente necesario 
para respirar el fresco aire del atardecer,
e inspirarse con su aroma.

  La oja caída, que viene y va, 
sin rumbo ni propósito, 
planea libremente a merced de los vientos. 
Confiada en que siempre caerá...
disfruta de ese devaneo cual amante entregada;
deleitándose en el simple placer de lo impredecible.
Dejándose acariciar y poseer por los vientos...

  Coqueta, contempla cómo batallan entre ellos por acunar su frágil cuerpo
y llevarlo a su destino. 
Un destino, aún así, impredecible;
¡a merced de otro viento caprichoso!

  Y ella lo sabe, y disfruta;
consciente de que la vida de una oja caída
es efímera.

  Por eso el otoño es época de tristeza y reflexión.
Una reflexión sana que nos hace contemplar la fragilidad de nuestra vida,
al igual que observamos el coqueto devenir del follaje; 
que, tranquilo y complaciente,
se deja llevar a merced del viento.
Disfrutando, sencillamente, de su viaje.

Enseñándonos que solamente hemos de bailar con el viento,
por muy caprichoso y arrasador que éste sea.





Y YO CAÍ



  Y yo caí. No fueron los terrores de la trinchera, los abusos de mis padres, ni la soledad del orfelinato aquello que me derrotó; fuiste tú, un ángel, ¡mi Ángel! Maldito seas... Maldito soy. Y aquí estoy, con el padre Benito otra vez diciéndome que no necesito absolución porque todo es producto de mi imaginación, negando tu existencia, como hacen todos, aconsejándome un buen psicólogo. No entiende, no sospecha, que él es mi absolución; él y tus creencias absurdas. Lo he intentado mi amor; lucho cada día por ir contra mis convicciones para obtener paz. Pero no puedo, es imposible. Soy demasiado fuerte. Por qué te acercaste a mí, ¡condenado!, yo era feliz en mi mundo carente de amor, de la más nímia comprensión, ya estaba acostumbrado; y me costó toda una vida. Y llegaste tú, con tu carita de niño bueno que no ha roto un plato, y me hablaste tan quedamente, con ese tartamudeo entrañable que te caracteriza, quedándote mudo y colorado ante mi presencia sin tan siquiera saber de mí... Y me hechizaste, iluminaste mi corazón de esperanza y calor como una antorcha la frialdad de la noche; sin haberlo merecido, a mis casi cuarenta años era imprescindible para alguien. Eras tan dulce, tan tierno, ¡tan puro...!

  A tu lado conocí la felicidad, la familia, ¡la humanidad!; un año contigo valía más que treinta y siete con los demás. Nos complementábamos, tú me admirabas y yo te veneraba, tú me ponías en un pedestal y yo te protegía. Era todo tan perfecto... O eso creí. Te dije, ¡te confirmé que yo no era religioso!, y tú, como siempre, asentías y te conformabas; cierto que algunas veces te ponías pesado con el tema de Dios, y te enfurruñabas, pero bastaban cuatro cariñitos míos para complacerte y que volvieras a sonreír. Cómo iba a pensar...

  Y aquella horrible madrugada, volviendo de la Martinica por el camino de la playa, estabas tú sobre la Gran Peña y no pude resistirme a exclamar como una puta damisela enamorada: "¡Ángel amor mío!". Y entonces ocurrió... De tu espalda surgieron dos especie de sábanas flotantes; ¡que resultaron ser alas! Y te elevaste por los aires como si fueras una nube. "¡Sorpresa!", dijiste, ¡ingenuo!, con una sonrisa radiante de gozo: "¡soy un ángel!". ¡No no podía ser, solo había bebido dos cubatas!, pero allí estabas, como una figurilla del belén; alzando los brazos esperando nosequé, ¿aplausos? ¡Mi novio era un puto ángel!, pero un ángel de verdad, de esos de las postales navideñas. "Y ahora, ¿crees en Dios o no?"; "¡jajaja bravo Ángel!, ¡menudo truco!, ¿cómo lo has conseguido?". Y respondiste lo evidente: "¡mírame, tengo alas!", mientras tu sonrisa desaparecía y se ensombrecía tu rostro. "¡No puede ser!", "¡no seas cabrón!", fueron alguna de las cosas que te dije; y tú cada vez más triste... predicándome las grandes ventajas de tener un novio celestial: que si ahora podía conocer a tu padre Dios, que él me absolvería de todo lo que hice mal en mi vida; que ya estaba a salvo... ¡Que ahora tenía la posibilidad de redimirme!: de haber robado para poder comer, de ser hijo ilegítimo, de beber demasiado... Fueron demasiadas estupideces amor, y te chillé y ya sabes cómo me pongo yo cuando me enfado. Y tú seguiste, impertérrito, con tus sermones, y dijiste aquello: "deberías agradecerme haberte conocido. Sin mí serías un miserable toda tu vida". Y exclamaste esta frase con plena convicción, sin arrepentimiento... ¡esperando hacer El Bien! ¡El bien a un pobre desgraciado! Sentí que no me amabas cariño, solo en tu imaginación de floripondios y colorines. Entonces te grité...

  "¡Hijo de satanás puto simple!, ¡déjame en paz!, ¡hazme un favor y muérete!".


   Y en cuestión de segundos tus rasgos se contrajeron en una mueca de dolor, pálido como la cal, caíste bajo mis pies. De tu rostro, estampado contra la arena, fluía un lago de sangre...

  ¡Ángel!, ¡mi amor mi vida!, tengo frente al altar la figurilla de un querubín que me mira con un odio infernal, ¿eres tú? Sé que no tengo culpa de lo que ocurrió, pero siento que debo pagar el enorme precio de mi, ¿penitencia...?¡Imposible! ¡No lo logro! Sigo pensando que fueron una serie de casualidades y circunstancias desafortunadas; en las que jugué un papel crucial... De las que me siento completamente responsable; ¡quizá eso sea suficiente para entrar en el Paraíso y volver a verte!, ¿me perdonarías...?

  Pero sé que el Paraíso solo existe en mis recuerdos... Al igual que sé, con toda la certeza de mi mente y la plenitud de mi corazón: que no volveré a verte.


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LA CHICA DE LA KALASNIKEV



  Y ella me mira, con esa mirada fría y profunda que me transporta, secretamente, al paraíso. Inconsciente, sumida en sus pensamientos autodestructivos de su mundo interior, Marina parece escrutarme intensamente, haciendo una radiografía mental de todas mis frustraciones y flaquezas, pero yo sonrío; abrumado ante su belleza y su locura. No puedo bajar la guardia, me siento atrapado; desnudo, ¡me tiene en su poder...! Para los demás, incluido su hermano, es solo una loca, "Manuel estás muy callado, ¿tienes miedo?", dice mi amigo desde el volante, "no" respondo, "claro que no", dice Marina; desafiante... Tengo miedo, real, de una kalasnikev de juguete, de una mueca cubierta por un pañuelo, de unos ojos negros provocadores. De una muchacha independiente... hambrienta de emociones demasiado elevadas; ¡de aventuras pasiones novelas...!, que el mundo no puede ofrecer. Siempre me han caído bien los locos, tal vez porque, en lo más íntimo de mi ser, les tenga envidia, se posicionan por encima de los convencionalismos de las apariencias, de los deberes morales, ¡son libres!, vuelan con su imaginación por un mundo mejor sostenidos por una firme voluntad.

  Marina es completamente dueña de su destino.

  Y mi bello secreto coge la kalasnikev con firmeza... apuntando hacia mi frente como a una diana, y susurra: "tengo que vigilarle. Si no lo hago se pudrirá en la realidad...".





EL CALLEJÓN




   Ahí está, escondido en la sombra del callejón, es una figura que se impone a la misma noche; sé que es él, y que se sabe observado. Un rubor propiciado por esta revelación me aturde; a mí edad y en busca de romanticismos... ¡precisamente!, ¡no tengo ya nada que perder! Me acerco al callejón, junto a la luz que recorta su sombra, y un silencio perturbador enfatiza mi respiración. ¡No no es mía!, ¡es una inspiración más intensa!, ¡profunda!; oigo la mía entrecortada. "¡Katerina!, ¿qué haces aquí?"; una vecina, me entretiene, ¡quiero que se vaya! Pero me gusta imaginar que me estará esperando, espiando mi conversación.

  Por fin se fue mi vecina; ¡no está!; suspiro y me encojo de hombros, bonito sueño. Me voy para casa. "Hola...". En la oscuridad de la noche no logro distinguir sus sensuales rasgos; pero percibo su cercanía, su calor, un discreto pero intenso aroma a cedro menta y tabaco... "¿Le puedo acompañar a casa, señorita?"; si no fuera por cierto tono burlón se me haría encorsetado y decimonónico. Se aproxima más... Es alto. La luz ya ilumina sus rasgos: su nariz es más aguileña de lo que observé; sus ojos oscuros, ¡ardientes como brasas!, me miran con tal profundidad... ¡me tatúa el alma! Su boca, algo cruel, dibuja media sonrisa burlona, enigmática, esos labios carnosos... No es una belleza apolínea y tal vez estéticamente no sea un hombre bello. Pero su faz lampiña refleja todas las luces y sombras de la noche; hay algo irreal en él, ¡dramático! Y a la vez, tan carnal...


  "¿Quieres que te acompañe yo, niño?", sonríe nuevamente: "¡por supuesto! Siempre me ha dado miedo la noche..."







Y ELLA RENACE




   Ella murió. Exhaló entre sus brazos.
Saboreando el dulce amargor de su boca bañada en salvia y miel. Murió en el color de su sexo, ¡vivo color carmesí!; en su respiración entrecortada, y en su exhalante y clamoroso "¡sí!".

  Ella se hundió, fundiéndose en el calor de su cuerpo, fuerte y apasionado; en un abrazo rumbo al Infinito... de las sensaciones y el placer... Así, ella falleció.


  Ella vivió en la fría luz de su mirada, reflejo de aquél ser celestial. Vivió en la proximidad de su cuerpo, junto al tambor de su corazón. En la fortaleza de su presencia, y en el calor de su piel. En la dulzura de sus palabras; y en el misterio de su por qué.


  Y ella anheló su presencia, sus razones y su amarga dulzura. Estar a su lado, caminar por el mismo sendero. Fundirse en él... Ella anheló su ser, su magia, que la extasiaba como efecto de una droga. Y ella necesitó... de su ser; de su corazón.


  Su puzzle estaba incompleto. Sintió la necesidad de dar, de ser madre, esposa, esclava... todo basta tenerle a él, capturar la savia de su vida. Y poder respirar...


  Él era sólo suyo, en el fondo de su corazón, era la pieza que encajaba.



  ¡Y ella grita!, ¡grita su nombre al viento! Y luego se abraza, imaginando que son sus brazos... que es su piel... que todo su espíritu se adueña de ella; y no le importa nada más. Le había conocido, le había odiado; y ahora sabe que le ama y que siempre formará parte de su ser.


  Y ella renace en el recuerdo de su presencia, en la derrota de su desamor; en la necesidad de su calor, de su aroma... Y siente un frío que transforma en calor, un calor triste; que habitará en su alma en memoria de su ausencia. Y la dulzura... que, a pesar de todo, le proporciona su dramático desamor.


  Y ella se siente viva de nuevo, ¡tras tanto tiempo...!


  En el dolor y la tristeza: ella revive.


  Y ella renace...






EL HUÉRFANO




  Nunca supo en qué momento empezó a sentirse huérfano; tuvo su infancia, con su papá con su mamá, con un perro y una bonita casa en un barrio residencial cerca de Miami. Amigos de juerga, buenos amigos, sólo en la infancia, cuando uno no sabe qué es eso y lo descubre cuando ya no están, y todos problemáticos, como él. Uno supo que murió hace dos años, consumido por el crystal, con el otro se enemistó debido a una mujer; de todos modos eran amigos de espíritu, porque realmente jamás se contaron lo más importante, eran cobardes, todo lo daban por dicho. Así que siempre se había sentido solo. Aunque rehuía de ese sentimiento; por miedo a investigar... De forma que se centraba en su trabajo, en sus estudios... Era el estudiante modelo, el chico amigable que siempre estaba ahí. Alguien muy en su sitio que ni destacaba ni estorbaba, pero que todo lo hacía bien, de forma correcta. Y hasta parecía feliz.

  Pero llegó ella, y pesó más y más la soledad... hasta volverse insoportable. Si ella hubiera sido más clara, más transparente; más eran como gotas de agua en lo que les separaba, "otro patito feo" que paseaba con orgullo su soledad como Cristo la Cruz. Si hubieran sido más explícitos, comunicativos, menos miedosos... hubieran sido como una sola gota de agua. Pero no fue así. No obstante, a veces la naturaleza es sabia, o catastrófica, y los sentimientos no se pueden tapar por mucho tiempo, ni manipular a nuestro antojo. En cualquier caso sólo se puede uno distanciar, cuando aún está a tiempo. No obstante fue débil, o fuerte, según se mire, y terminó con ella. Y ella fue fuerte, o débil, según se mire, y terminó con él. Tal vez para conocerse mejor ambos; porque su subconsciente clamaba un cambio que desconocía, nunca fue su fuerte entender sus sentimientos. Era un lerdo sentimental. Tal vez debido a cómo fue educado. Aquella jaula de oro... en su casa demostrar sentimientos auténticos era un tema tabú, todo estaba regido por reglas incomprensibles; roles sociales. En su casa fuera de eso no había calor humano; eran incapacitados emocionales todos, desde el perro hasta el abuelo. Su familia era como una secta. Pero era adulto y no le valía más que como excusa todo aquello.


  El caso es que ella llegó; y pasó... Y fue tan intenso ese "vacío" que dejó, que le forzó a indagar... a ver lo que no quería ver de aquella jaula de oro... a vencer sus miedos y sacar la naturaleza masoquista de su carácter, el dolor de su alma. Fuera del orgullo, era un ser que sólo entendía los palos, le eran familiares, gratificantes, y era lo que esperaba dar y recibir. No obstante con ella no podía tolerar esos palos; porque realmente la quería, de un modo que le costaba entender. De un modo que los palos, le parecían palos, sin aderezo. Sólo podía aceptarlos si dejaban de serlo y se convertían en miedo al Amor.


  Y entonces no le importó que ella se hubiera equivocado, que realmente sólo hubiera amado la sombra de un fantasma disfrazado de su persona, aún por años... Sabía que sí le había querido, mucho, incluso enamorado de él, pero no hasta el punto que él necesitaba. Amado, jamás. Y realmente perdonó su equivocación y tuvo compasión de ella, que aún no había aprendido a perdonarse.


  Y dejó de sentir compasión de él, por no haber sido capaz de luchar por su princesa, aunque ésta fuera difícil y cerrada como una nuez; y por haberla hecho sufrir tanto...


  Porque entonces comprendió que amó realmente; y no se parecía en nada a morir. De hecho estaba más vivo que nunca. Y se apropió de estas palabras de García Márquez:


  "La vida no es la que uno vivió, 

sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla"


  Nunca supo en qué momento se empezó a sentir huérfano, pero sí supo en qué momento no le importó serlo. Y decidió dar su vida a la vida, a la naturaleza y a "Dios", con todo lo que eso pudiera contener y sorprender.